“Don Bosco, tenga la llave de mi corazón”. Así se dirigían a Don Bosco aquellos jóvenes curtidos en las calles del Turín del siglo XIX. En medio de tanta soledad y miseria, en medio de tanto vacío existencial, se podía encontrar un pequeño oasis en Valdocco. Aquel cura que se fiaba hasta del más pintado, podía ver cómo se rompían una y otra vez la rudeza y la hombría ante silenciosas muestras de cariño. Allí encontraban al cura, al maestro, al amigo y al padre que siempre necesitaban.
Cada joven se encierra en sí mismo hasta que le da la llave de la confianza de todo lo que lleva en su interior. Nos piden, también a nosotros, que seamos guardianes de su llave del corazón para que cuando sea necesario se done en su totalidad.
“Dame de esa agua viva que fluye por tu vida”.