Un año más, las Pascuas Juveniles han sido una experiencia fantástica para nosotros. Tanto jóvenes como animadores hemos acudido este año, en este caso a la Pascua de nivel II (La Adrada) y nivel III (Mohernando) para vivir cuatro días de pura celebración, significado y sentimiento como la auténtica comunidad cristiana y salesiana que formamos junto a los chicos y chicas, animadores y salesianos de toda la inspectoría. Una experiencia que comenzó en Atocha, el jueves por la mañana, donde nuestros caminos se dividieron rumbo a una aventura con dos destinos, Mohernando (Guadalajara) y La Adrada (Ávila).

Una vez más, La Adrada se convirtió en un sitio magnífico para celebrar la Pascua. El jueves fue el momento de romper el hielo, pues a nuestra llegada fuimos interactuando poco a poco con los demás. Tras dividirnos en seis grupos, tuvimos un primer contacto para compartir nuestras expectativas de cara a los siguientes días. El primer momento clave fue el lavatorio de los pies, simbolizando el servicio y el amor a los demás, que siempre es un momento muy bonito. Chuchi, aspirante a salesiano, compartió con nosotros este momento de una manera muy especial. Por la noche, tras rememorar la primera Eucaristía, otro evento clave fue el poder acompañar a Jesús en sus últimas horas con la oración de Getsemaní. Solo el poder imaginar cómo se debía sentir nos hizo pensar en cómo muchas veces anteponemos nuestros intereses al servicio a los demás.

 

El viernes nos marcó bastante. Realizamos un interesante vía crucis por grupos, con cinco estaciones diferenciadas, para pensar sobre todo en cuál es nuestra cruz, la cual nos ha sido dada y debe ser llevada con amor. Debemos querer ir con Jesús para poder cargar mejor nuestra cruz, para amar. Fue interesante recordar el relato de lo vivido por Jesús, para darnos cuenta de que muchas veces nos comportamos como Pilatos, Anás o Caifás con esas actitudes que nos impiden ser fieles a Jesús y disfrutar de lo realmente importante que es pensar en nosotros, en los demás y en nuestra fe. Nos tocó preparar el momento de la muerte del Señor junto a Soto y Pozo Don Gil, lo cual sirvió para entender más este pasaje crucial, para empatizar y para acompañar a María. El tiempo de la adoración a la cruz fue emotivo, llegando a pensar que “damos la vida para vivir y eso no merece la pena, merece la vida».

El sábado era el día para la reconciliación. Así vivimos la celebración penitencial realizando nuestro examen de conciencia para sacar muchas cosas de nuestra vida y ver qué corazón tenemos. Para ahondar en la reflexión personal, hubo diferentes talleres (emociones, canciones, cartas) que nos ayudaron. Posteriormente, por grupos realizamos un compromiso para llevar a nuestros centros de origen: buscar tiempo para crear familia y que Dios esté presente en ella. Por la tarde, pudimos conocer un poco el pueblo de La Adrada en un momento de relax y reflexionar por grupos si se habían cumplido nuestras expectativas. La Vigilia, muy animada, fue el momento de rememorar la resurrección, renovar las promesas bautismales y entender el verdadero significado de la misma: no estamos solos y hemos resucitado junto a él. La fiesta, con un ambiente sensacional y muy agradable, puso la guinda al pastel.

Solo quedan sensaciones positivas tras esta Pascua tan cercana, acogedora, familiar en la que hemos sentido todo como un regalo de Dios para nosotros, pues nos hemos dejado tocar por Él. La vuelta a casa debe servir para tener en cuenta todo lo disfrutado y aprendido, ya que algo así no se vive en cualquier momento o lugar. Hemos hecho nuevos amigos y hemos disfrutado tanto que solo queda agradecer a salesianos, cocineros y animadores por haberlo hecho posible.

Y lo vivido en Mohernando tampoco se queda atrás. La Pascua que se celebra año tras año en estas magníficas instalaciones nunca defrauda, y siempre deja mucho que agradecer cuando esta finaliza. Este año hemos podido compartir grupo con gente de Juveliber, Las Aves y Carabanchel, además de personas de otros muchos centros en todas las celebraciones y en los talleres. Desde el jueves el ambiente fue maravilloso, desde que la Pascua quedó presentada hasta la primera charla, ambientada en el amor hasta el extremo. Con esta reflexión en mente, y con los diferentes talleres, comprendimos y profundizamos en el amor de Jesús hacia todos nosotros. Por la tarde, la celebración del día nos llevó a sentirnos partícipes de la Eucaristía con la presencia del pan y del vino y con el lavatorio de los pies. El momento más emotivo, con el que cerramos el día, fue el de acompañar a Jesús a su última oración en el huerto.

El viernes fue un día duro. Muchas veces nos cuesta comprender por qué nos toca vivir experiencias negativas a lo largo de nuestra vida, y por eso era el día de reflexionar sobre el dolor, el sufrimiento y la desesperación en muchos momentos difíciles. Sin embargo, aprendimos que no debemos esconder nuestras debilidades sino aprender a hacernos fuertes con ellas. Solo así aprenderemos a sentir el amor de Dios y a ver las cruces con las que cargan los demás. Una vez más, los talleres sirvieron para profundizar en esta experiencia, ya que pudimos compartir momentos unos con otros y revivir el sufrimiento experimentado por el propio Jesús dos mil años atrás. El día acabó con la celebración del Viernes Santo, sintiendo y parándonos en todos los lugares hasta la muerte de Jesús, la cual vivimos desde un lugar muy cercano que llevó a una emotiva oración junto a su presencia.

Fue el sábado el día del silencio. Silencio porque la situación así lo requería. Para empatizar con Jesús, para sentir de verdad lo que significaba la muerte del Señor, desde la noche del viernes hasta el mediodía del sábado el silencio reinó por Mohernando. Además, tuvimos tiempo para realizar el sacramento de la Reconciliación personal y con Dios, examinando nuestro comportamiento y siendo perdonados por aquello que no nos gusta tanto. “Si Dios nos perdona, ¿por qué no perdonarnos a nosotros mismos?”. Por la tarde, se acercaba el momento más feliz, pero antes hubo tiempo de escuchar diferentes testimonios de varias personas y su experiencia con la fe y la vocación. Sin duda alguna, fue el preludio perfecto a la Vigilia de Resurrección. Después de prepararla con todo detalle, la fiesta de la Resurrección de Jesús se extendió hasta altas horas de la madrugada, viviendo la liturgia del fuego, el agua, la palabra y la celebración como la ocasión lo merecía, con lecturas, gestos y canciones para el recuerdo.

Ahora solo queda que lo aquí vivido estos días se expanda por nuestras vidas y sirva en la ayuda y entrega a los demás. Estos cuatro días magníficos en Mohernando de paseos, charlas, reflexiones, de escuchar al de al lado, de perderse en las visitas del mirador, de sentir, de conocer de verdad a las personas, han significado verdaderamente las palabras de Horacio, de “dejarnos amar por Dios con todas sus consecuencias”. Solo queda agradecer a Txetxu y Lolo por guiarnos y cuidarnos estos días a través de su sabiduría y su música, su carisma y su fe, en la bonita experiencia de celebrar la Pascua, sin olvidar a los animadores y equipo de cocina que siempre han estado ahí para todo lo que hiciese falta, y a los propios compañeros de camino que hemos formado una comunidad en torno a esta experiencia.

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